
Desde el inicio de su pontificado en 2013, el Papa Francisco ha representado un viento fresco dentro de la Iglesia Católica, marcando un antes y un después en su manera de relacionarse con el mundo. Su estilo cercano, humilde y pastoral ha resonado profundamente no solo entre los fieles, sino también entre aquellos alejados de la Iglesia o incluso críticos de ella.
Uno de los aspectos más visibles de su influencia ha sido su insistencia en una Iglesia que "salga a las periferias", una Iglesia que no se encierre en sí misma, sino que se haga presente donde más se necesita: entre los pobres, los marginados, los que sufren. Esta visión ha traído consigo un cambio de enfoque: más misericordia y menos condena, más acogida y menos juicio. Francisco ha enfatizado que la Iglesia debe ser un "hospital de campaña", que cura heridas antes que imponer normas.
También ha impulsado una renovación interna, tocando temas sensibles como la corrupción dentro de la curia, la necesidad de mayor transparencia económica, y el rol de los laicos —especialmente de las mujeres— dentro de la vida eclesial. Aunque muchas de estas reformas han encontrado resistencia, su perseverancia ha iniciado procesos importantes que invitan al diálogo y a la autocrítica.
Otro punto clave ha sido su compromiso con el cuidado de la creación, expresado de forma contundente en su encíclica Laudato Si’. Francisco ha colocado la crisis climática en el centro de la agenda moral de la Iglesia, recordándonos que el cuidado del planeta es una responsabilidad espiritual y social.
En resumen, la influencia del Papa Francisco ha sido la de un pastor que busca reconectar la fe con la vida real de las personas, guiado por la compasión, la justicia y el servicio. Su pontificado no solo ha traído reformas visibles, sino también una renovación del espíritu, una llamada a vivir el Evangelio de forma más auténtica y comprometida.