Orlando Paniagua*, 45 años, fusil al hombro, camina de madrugada entre limonares mientras narcos mexicanos le pisan los talones.
Es abril en Michoacán, la Tierra Caliente en el suroeste de México donde el sol quema hasta los 40°C durante el día, y para este exmilitar colombiano ya no hay marcha atrás.
Cuando alguien osa escaparse del crimen organizado mexicano, como lo hizo Paniagua en abril de 2024, solo puede esperar dos destinos: la bala o el milagro.
El pasado mes de junio, el secretario de Seguridad de México, Omar García Harfuch, anunció que carteles mexicanos reclutaban exmilitares colombianos, muchos bajo engaño, para engrosar sus filas de cara a sus cruentas guerras territoriales.
La alocución ocurrió pocos días después de que 12 colombianos fueran arrestados en Michoacán, vinculados a un ataque con mina que mató a ocho soldados mexicanos.
Gracias a la coordinación con autoridades colombianas, García Harfuch dijo que nueve de los 12 eran exmilitares. Los tres restantes eran civiles, pero entrenados en el uso de armas.
La presencia de exsoldados colombianos entre grupos armados mexicanos forma parte de la larga saga en que excombatientes del país sudamericano, una vez retirados, responden a ofertas de trabajo en el exterior y se involucran en conflictos ajenos como el de Ucrania, Sudán o la guerra territorial de los narcos mexicanos.
Muchos, como Paniagua, acuden engañados y motivados por una generosa oferta económica que supla sus bajas pensiones y limitadas salidas laborales en Colombia.
Este es su relato.
"En Colombia no habría ganado US$2.000 al mes"
Serví 24 años a las fuerzas militares en Colombia. Era sargento primero cuando me retiré en 2022.
Tengo 45 años. Nací en Bogotá. Por mi trabajo militar me moví de departamento en departamento y ciudad y ciudad.
¿Cómo terminé en México?
Pues mira, cuando uno se retira del ejército en Colombia es bastante complejo conseguir empleo. Hay muy pocas opciones.
Entonces hablaba mucho con un excompañero de las fuerzas militares que, lastimosamente, espero que hoy Dios lo tenga en su gloria porque no se ha vuelto a saber de él.
Un día le pregunté por oportunidades de trabajo en México, donde él estaba. Me dijo que necesitaban personal de seguridad.
Me puso en contacto con un tipo de alias "Veracruz", encargado de hacer conexiones para reclutar a la gente en México. Movía la parte administrativa.
Lo contacté. Me habló de cuidar grandes empresas y cultivos de limón en Michoacán.
Me ofreció entre 30.000 y 40.000 pesos mexicanos mensuales (US$1.600 - US$2.130). Nunca ganaría eso en Colombia.
También se brindó a costearme el viaje, aunque yo no quería deberle a nadie y pagué mi pasaje por medios propios a través de un plan turístico.
Solucioné unos asuntos pendientes y, tras el contacto inicial a fines de 2023, viajé a México en la primavera de 2024.
Talento apreciado
Tras décadas de conflicto armado, Colombia tiene un ejército numeroso y muchos soldados retirados jóvenes, con 40 años, cuyas pensiones no alcanzan para sostener a sus familias.
Un veterano colombiano le dijo a BBC Mundo que sus pensiones suelen rondar entre 1.600.000 y 1.700.000 pesos colombianos, el equivalente a unos US$400 mensuales.
Para estos jóvenes, con un mercado laboral restringido, es habitual trabajar tras retirarse en empresas de seguridad privada en Colombia o el extranjero.
También, en muchas ocasiones, acuden al llamado de ejércitos como el de Ucrania, que pagan para aumentar sus efectivos.
Estas contrataciones y reclutamientos suelen producirse a través de un mercado opaco donde las ofertas laborales se distribuyen frecuentemente a través de grupos de WhatsApp.
El talento militar colombiano, apreciado en el exterior, es engañado con frecuencia, cayendo en situaciones más peligrosas de las prometidas y a merced de empleadores secretos que no descubren hasta que ya es tarde.
"Desde que llegué, no pintaba bien"
Llegué a Ciudad de México y al día siguiente me reuní allí con el tal "Veracruz". Fue la primera y última vez que lo vi.
Allí me dijo que en Michoacán me recogerían en taxi y trasladarían hasta la población de Pizándaro, en el mismo estado. Así sucedió.
En Pizándaro me recibió un tipo apodado "Gabriel". Allá muchos usan apodos.
A mí me pusieron "Miguel". Cuando me lo pusieron, me pregunté para qué tener un alias si uno se supone que va a hacer algo legal. Por ahí empezamos mal. No pintaba bien.
La casa donde me metieron en Pizándaro era solitaria, con una cama por habitación. Otras camas estaban vacías, aunque con pertenencias de otros chicos que vivían y trabajaban allí.
Algunos también eran colombianos.
Dormí, descansé y al amanecer me dijo Gabriel que esa noche tocaba trabajar.
Me recogió en la tarde, me subieron a un coche y nos trasladamos a una carretera rural en una zona montañosa, alta, sin población.
Entonces llegaron varias camionetas de gama alta con mucha gente armada, como si uno se fuera a la guerra de Ucrania.
Me preguntaron qué armas sabía manejar y yo, como militar, sabía usar muchas. Me asignaron una Barrett .50.
De ahí fuimos a varios sitios de los que nunca supe el nombre. No tenía idea de qué íbamos a hacer.
En un pueblo dimos varias vueltas. Subimos de nuevo a las camionetas y nos devolvimos a Pizándaro.
Eso allí era un moridero. No sé de qué vive la gente allí. Supongo que del narcotráfico porque no hay comercios, nada.
Encima con mucho calor. Llegaba a los 40°C. Duré unos dos o tres días en total.
Se supone que uno iba, trabajaba seis meses, con un mes de vacaciones y se iba para casa.
Pero desde que me colocaron un alias, me subieron a una camioneta y me armaron, supe que no era un trabajo legal. Era para un cartel.